Siempre se ha argumentado en contra de la televisión que ha terminado con el diálogo familiar en la mesa. Creo que esto es una mentira lisa y llana: la TV no sólo nos da temas de conversación, también nos enseña a conversar.
Los más elementales manuales de buenos modales postulan que jamás se debe hablar en la mesa de política, religión o tópicos desagradables. ¿Y de qué es lo que primero hablan nuestros compañeros de mesa? De política, religión y tópicos desagradables (léase: operaciones con postoperatorios dolorosos, enfermedades infecciosas, divertículos y quistes). Peor aún, ¿quién puede ser tan turro de interrumpirlo o hacerlo callar al tío Roberto, tan buenazo él?
De lo que sí son responsables los medios es del tenor, la calidad y el estilo de las conversaciones. Hoy los noticieros no sólo nos dan el dato, sino que nos enseñan cómo asimilarlo, cómo reaccionar; haciendo una burda analogía, digamos que ya no se limitan a darnos comida: también la mastican y depositan esa papilla humeante sobre un plato para que comamos. Sí, como Jeff Goldblum en La Mosca (1986). Puaaaj.
Sin ir más lejos, el infame Jorge Pizarro (Canal 9) presenta cada mediodía las más terribles noticias policiales con violines de fondo, lágrimas y arrebatos de indignación, apelando más a las vísceras que al cerebro (sin olvidarnos de la nota sobre animalitos o niños imperfectos que salen adelante motivados por el Amor!). No sólo me cuentan que al noble y honrado kiosquero lo asesinó un pibe chorro y drogadepto, sino que además lo hizo frente a su inocente hijito. Y ese tipo de materia fermentada alimenta a nuestros familiares y conocidos y se regurgita – ya muy distinta de su forma original – sobre las mesas de todos los argentinos.
Gracias a Dios, puedo elegir no ver a Tinelli, la señal de cable TN o los programas de chimentos (que esa parece ser la materia prima de los pensamientos del argentino promedio), pero no puedo evitar los comentarios de aquellas personas que me rodean y disfrutan de ese material. ¿Cómo contengo esa invasión? A esta altura ya se me cansan los brazos de sostener la lanza, los molinos multiplican sus golpes cada vez más rápido. ¿Vale la pena tratar de explicarle a un familiar que los políticos no pueden hacer lo que quieren, porque le deben obediencia a los grupos económicos que los pusieron en el poder, y al primer asomo de autodeterminación sus amos les arman una campaña de prensa (ya no se golpea las puertas de los cuarteles) y comienzan a correr los rumores y/o cadenas de mails, o empiezan a aparecer cadáveres, o recipientes con dinero inexplicable, o merca en el depósito del inodoro, o cacerolazos y escraches o menores embambinados? ¿Cómo aplicar la racionalidad cuando tus parientes amenazan con revolearte la conservadora de hielo si no estás de acuerdo con que Kirchner es el hombre más rico del país? ¿Y yo que sé? Uno no labura de investigador fiscal, ni tiene datos como para refutar esa catarata de pescado podrido. Como le pasaba a Cortázar, yo no sé mantener una discusión, porque lo que me interesa no es ganarla, sino descubrir dónde está la verdad de lo que me cuentan.
La única habilidad de la que me puedo vanagloriar es la de detectar patrones en datos, al parecer, inconexos. Y detecto que las conversaciones que escucho (en mi casa, en el trabajo, en el tren) tratan casi siempre estos tres temas: la delincuencia (ahora se le llama Inseguridad!), lo mal que está la juventud de ahora y los judíos. En serio, no sé cómo hacen, pero se acaba por hablar mal de los judíos o – en nuestro caso, como no tenemos negros – de los bolivianos. Combo mortal: jóvenes delincuentes bolivianos escondidos en una sinagoga! Interrogan al rabino Aarón Meyden!
Para muestra, basta un botón. Lo que sigue es una clásica charla familiar donde, en vez de hablar de las cosas que nos pasan a nosotros, caemos en una lamentable parodia de noticiero, y así sabemos (creemos saber) más de la desmesura del guardarropa de «la Cristina» que del nombre del vecino de enfrente.
Comensal 1: – A un conocido mío lo asaltó un negrito con una pistola y le sacó la camioneta.
Yo: – Si hubiera sido rubio no cambiaría mucho el resultado. ¿Por qué recalcás lo de negrito?
Comensal 1: – Porque esos villeros no van a ir a laburar, prefieren pegarte un tiro que…
Yo: Mmm… No es fácil manejar una pistola, menos para un pibe de 13 ó 14 años…
Comensal 2: ¿Qué? ¿Vos no los viste en ese informe de la tele? Disparan sin preguntar..!
Yo: – ¿Ustedes creen que es fácil matar a alguien de un disparo? ¿Apuntás, disparás y le pegás? ¡Que buena puntería, no? ¿Y es tan fácil conseguir una pistola?
Comensal 1: (rojo de indignación) Y claro! La consiguen fácil esos..!
Yo: ¿Dónde la consiguió ese chorrito? ¿Cómo se llama tu amigo? (mientras marco cada pregunta tomando un dedo de la mano, empezando con el pulgar). ¿Hubo testigos?
Comensal 3: (jocosamente) ¿A qué viene tanta pregunta?
Yo: a que el relato tiene la misma estructura que un cuento de fantasmas o del avistamiento de OVNIS: un conocido relata que le ocurrió tal cosa en tal lugar y no pudo hacer nada a causa del miedo. Y no hay evidencias que respalden sus dichos. Todo lo que me contás es incomprobable. Así que, como muestra del incremento de la inseguridad no sirv…
Comensal 1: (cada vez más rojo) ¿Vos decís que miento?
Yo: Todo el mundo puede mentir, conciente o inconcientemente. Tu amigo, pudo auto-robarse el vehículo para cobrar el seguro o porque atropelló a alguien…
Comensal 2: dejate de jodeeeer..!
Yo: ¿Vos decís que no puede pasar? ¿Que la toda gente que conocemos es honrada y los otros (peruanos, morochos) son todos criminales..? ¿Cómo crees que los secuestradores eligen a sus víctimas? ¿Quién pasa el dato sobre el jubilado que guarda dólares bajo el colchón? Siempre es algún conocido nuestro..!
Al final yo, que quería quedar al margen del conventillerío, terminé entrando como un caballo; nos enojamos todos, gritamos como energúmenos y todo por mi culpa. Porque no me resisto a contaminarme con la caca que despiden los «formadores de opinión». No puede ser que alguien diga algo sobre alguien en un medio informativo y ninguno de nosotros lo cuestione, sólo porque salió en un diario. ¿Cuántas veces se han publicado disparates por no chequear las fuentes?

A Alfred Bester le pasaba algo parecido con unas reuniones donde, invariablemente, los anfitriones proyectaban insoportables diapositivas de viajes, matizadas con anécdotas incomprobables. Harto de todo, tuvo una idea genial: comentó en voz alta sus dudas. Tras sugerir que la toma se había hecho en un acuario, se armó un toletole de órdago. Que se veía el reflejo del vidrio de la pecera, que si la cámara estaba o no bajo el agua, etc. ¿Se entiende? Por medio del absurdo, se le quitó importancia a una cuestión que no la tenía. Y empiezo a sospechar que la cosa debe ir por ahí, por la refutación absurda.
Hasta no hace mucho, Mariano Grondona citaba a Hegel, Spinoza o San Agustín para justificar a los Poderes de turno. Hoy, los formadores de opinión son Chiche Gelblung o Beto Casella: tanto ha bajado el nivel cultural de la población que los opinólogos no necesitan apelar al discurso concienzudo o la cita ejemplificadora, sino a una especie de burla socarrona, de humor ramplón y sobrador. Salvando las distancias, pasamos de Les Luthiers a Midachi (o a Corona, o a Torry, que es el Corona de los niños bien).
Resumiendo: esta época es propicia para la conducta «light». Podés estar en lo cierto y tener los puños llenos de verdades, pero está mal visto levantar la voz; un turro bien trajeado le cae mejor a la gente que un hombre de bien justamente indignado.
Por eso, pienso entrenarme en las más eficaces técnicas de distracción, releeré a Wilde, citaré a Chesterton, plagiaré por enésima vez a mi admiradísimo Groucho, me reiré fuertemente de cosas aún inexpresadas para cambiar de tema, y diré, como quien no quiere la cosa:
– Caballeros, esto me recuerda a…
Puede que sobreviva a las próximas fiestas de Fin de Año…